viernes, 6 de febrero de 2009

Caraparicito

Tuve la oportunidad de conocer Caraparicito algún tiempo atrás. La hacienda se encuentra a 20 kilómetros de la población de Lagunillas. Un pasto de un verde intenso se extiende en su entrada a la manera de una alfombra. El vivo color de su naturaleza contrasta con la serranía árida y gris que la cobija. Gracias a la dedicación de sus propietarios y trabajadores, Caraparicito compone un paisaje excepcional para las duras condiciones del desértico Chaco.
En ese entonces, eran 18 las familias que vivían y trabajaban en las tierras de la hacienda.
Recuerdo a la escuela que funciona en ella, y que brinda educación a los hijos de sus trabajadores, lejana de las motivaciones que el gobierno alega para justificar la confiscación de tierras. La mañana que pasé allá, la escena del grupo de alumnos reunidos con su maestro, discrepaba una vez más con el abandono del sufrido Chaco.
La propiedad conserva la casa original con la que fue fundada durante el siglo XIX. Lo comprueban los cimientos de sus anchos muros y la elegancia de sus altos techos. Según los trabajadores, por sus alrededores se pasea un fantasma, el de Octavio Padilla, su ex propietario. El cuento fantasmagórico se contó, la noche que pase allá, al calor de una fogata. Fueron los propios trabajadores quienes resucitaron a Padilla, y entre las figuras trémulas del fuego, contaron que en un pacto con el diablo había perdido su alma a cambio de 22 haciendas. Su preferida, dijeron ellos, no podía haber sido otra que Caraparicito. Cuando el relato se interrumpió, empleados y visitantes se dieron al canto.

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